A raíz de la aparición de la
pandemia por causa del COVID-19 han surgido por diversos medios, historias
sobre los pioneros de las vacunas de otras enfermedades contagiosas y de los
cuales, algo sabíamos, tal es así que se nos ha permitido conocer un poco más
sobre la supuesta rivalidad entre Pasteur y Koch, por ejemplo, así como también
del creador de la vacuna de la poliomielitis el neoyorkino Jonas Salk, quien
probó la vacuna en un grupo de voluntarios entre los que se encontraron él
mismo, su mujer y sus hijos que no desarrollaron la enfermedad y que tuvo la
enorme generosidad de no patentar su invento para que sea de fácil acceso a
todo el mundo, desencadenándose de esta manera, la masiva vacunación que
impidió que muchas personas siguieran enfermando de poliomielitis que tantos
estragos y desgracias personales había provocado en su momento.
Ahora, ha surgido otra preciosa
historia que creo es desconocida para la mayoría de la población, sobre todo la
iberoamericana, ya que se desarrolló durante la época colonial y justamente
cuando se iniciaba los procesos independentistas y la invasión napoleónica a
España que provocó, talvez, el desconocimiento de la misma. Se trata de una
expedición que partió desde España con el objeto de erradicar la viruela que había
diezmados a millones de indígenas y población en general tanto en las colonias
americanas como las ubicadas en China y Filipinas.
La expedición altruista fue sufragada con fondos públicos por parte del rey Carlos IV ya que su hija, la infanta María Teresa había fallecido por dicha enfermedad y se desarrolló entre los años 1803 y 1806 con el nombre de Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, más conocida como Expedición BALMIS, en honor al médico de la corte, el español Francisco Javier Balmis quien propuso la idea y lideró dicha expedición acompañado, entre otros, de Isabel Zendal responsable de un orfanato de La Coruña y que posteriormente fundó la primera escuela de enfermería de México.
Lo
llamativo de la expedición fue que, al carecer lógicamente en esa época de los
métodos modernos de conservación de las vacunas, se utilizaron a veintidós
niños huérfanos entre los cinco y ocho años a quienes se les iba inoculando el
virus de la viruela en sus brazos, constituyéndose de esta manera en los portadores
del mismo mientras cruzaban el atlántico de tal manera que, para cuando
llegaran, se extraía el pus y la linfa de los granos para inocularlos en otros
niños y provocar su inmunidad.
Desafortunadamente,
esta expedición se encontró con muchas dificultades casi desde el principio ya
que, luego de cuatro meses de navegación, el barco se extravió y el virus
inoculado que produce síntomas en el infectado al cabo de seis días y permanece
latente hasta los diez días, ya sumaba los casi veintidós niños de a bordo por
lo que necesitaron urgentemente tocar tierra para no perder la cadena de
conservación, por así decirlo, de la vacuna.
Felizmente
lograron llegar a Venezuela donde inmediatamente buscaron a otros niños
huérfanos o pobres, encontrándose con cierta reticencia por cuantos muchos
desconocían el funcionamiento de la vacuna, pero se logró convencer a los
padres de escasos recursos para que dejen inocular a sus hijos, a cambio de
becas de estudios y creando así también, la Primera Junta Médica de Vacuna del
continente americano para organizar mejor su distribución.
El
hecho que se llevaran niños con el virus es porque se necesitaba gente que no
haya sido portadora anteriormente del virus y que, al ser huérfanos, también
podían salir del país sin mucha dificultad.
Finalmente,
y luego de resultar todo un éxito la misión, Balmis quiso que los niños
regresaran a España, pero poco se conoce qué realmente sucedió luego ya que, al
parecer, se decidió que se quedaran en México donde probablemente los llevaron
a un hospicio para recibir educación o aprender oficios.
Lo único cierto de estos pequeños héroes es que hicieron mucho por la salud de la humanidad y que se debe darles el sitio que se merecen en la historia.
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