"Ninguna herida es un destino". Boris Cyrulnik
Existe un tema recurrente que ha tomado mucha actualidad debido
al auge de las redes sociales y que, al ritmo de las publicaciones con los
supuestos éxitos reflejados en los cientos de imágenes que publica la mayoría
de las personas en dichas redes, han hecho que florezca LA ENVIDIA. Y, por
lo mismo, me es inevitable no recordar una película que en su tiempo, si bien
me llamó la atención, no es hasta ahora que me fijo más en el papel de aquel
envidioso que se pasó toda la vida poniéndole todas las zancadillas posibles a
Mozart, hasta que este último murió sin que haya hecho mella en su vida dichas
acciones, ya que ha trascendido en el tiempo y en el lugar, al considerárselo el más
grande de los compositores jamás habido en su género en todo el mundo.
En efecto, se trata de AMADEUS.
Me preguntaba: ¿cómo pudo ser posible que este personaje (el envidioso) haya desperdiciado toda su vida en su afán de destruir -sin éxito- a una persona? Difícil encontrar una respuesta a esta interrogante, ya que me parece increíble que algo así suceda, por cuanto, considero que solo se vive una vez y que esa vida se debería, más bien, aprovecharse en hacer cosas constructivas o que nos gusten.
Consecuentemente, la envidia solo destruye al odiador y su, supuesta lucha, siempre será estéril.
En mi caso personal, por ejemplo, no me considero una
persona digna de ser envidiada, por cuanto sería demasiado presuntuoso de mi
parte creer aquello, aunque no han sido pocas las veces que me han hecho sentir
así, pero gracias los valores inculcados por mis padres y al sentido de la vida
que tengo, me permite no darle ninguna atención al tema, peor que influya algo
en mí.
Como decía, será porque jamás escuché decir a mis padres
algún comentario de molestia por el hecho que alguien triunfara y lo único sí, es que nos
decían que uno debe ser responsable de sus actos y con las decisiones que
uno tome, por lo que viniendo de una familia fuertemente católica, encomendamos también dichos actos a Dios, sin esperar ningún milagro extraordinario y pidiendo, más
bien, la sabiduría necesaria para tomar las decisiones correctas, sobre todo en
los momentos de incertidumbre. Nos ponían ejemplos, además, de gente que, habiendo actuado
mal, lo pagaba tarde o temprano, por lo que nos acentuaban en el hecho de no hacer
mal a nadie para poder enfrentarse a la vida con la conciencia tranquila y con la
frente en alto que, a mi modo de ver, es lo que define las consecuencias e nuestras acciones.
Es por ello, también, que me siento incapaz de sentir envidia por otra persona, ya que considero, además, que todas las personas hemos sido dotadas de unas características que nos hacen únicos e irrepetibles, no solamente en el aspecto físico, sino también en el emocional y cognitivo. Por lo mismo, nunca seré la cantante de voz extraordinaria o el arquitecto de creaciones originales que me hubiese gustado ser, incluso, en mi profesión, no podré ser el conferenciante o el especialista de éxito, porque se necesita madera y dedicación exclusiva para ello, pero sí intento ser la mejor en lo que me he preparado y en lo que me gusta que cada día, es un aprendizaje así como en la escritura y en la pintura, que son mis hobbies, de tal manera que poco tiempo me queda para estar envidiando, peor estar urdiendo un plan para perjudicarle a una determinada persona.
Estar en ello desgasta energías que bien podría usarse en actividades productivas.
Sin embargo, me imagino que debe ser terrible para alguien, en determinada etapa de su vida – y más, si es traspasando el umbral de la madurez- que haga un balance de lo hecho y descubrir que no hay nada que haya valido la pena. Pero es allí, precisamente, donde el sentido de la vida toma protagonismo. Tal vez, para unas personas el sinónimo de éxito o triunfo puede estar en viajar por el mundo o en tener un coche de alta gama o un trabajo en el estado, que no está mal si ello les hace felices, pero, para otros, estaría solamente en reunir a la familia completa en una comida de domingo, compartiendo fraternalmente risas y bromas o, simplemente, en disfrutar del arte.
En mi caso personal,
nada me hace sentir más rica y privilegiada que disfrutar de un museo o del cine de autor, por ejemplo.
También creo que influye el sistema político y social que impera en los países. En las sociedades igualitarias, con mayor calidad de vida, donde el ser pobre se considera puntos para poder acceder a becas, a ayudas para montarse un negocio o para conseguir una vivienda, difícil es que surjan las envidias y los envidiosos. Claro que existe algo de envidia, faltaría más, pero es casi imperceptible y en casos puntuales, generalmente en personas con problemas de baja autoestima o que también viven de ayudas. Es por ello, que ha sido mi afán personal el concienciar el acceso a la adecuada información y al buen uso del internet y por lo mismo, existe este blog, porque he caído en cuenta que, hasta para hacer buen uso del internet, depende del grado de desarrollo de la sociedad en que se vive.
El internet es una
herramienta poderosa que, bien utilizada, puede ayudar a distintos aspectos de
la vida de un país, mientras que su mal uso, pensando que son solamente
las RRSS para socializar, puede hundirlo al recibir información sesgada
y manipulada que hace que se retrocedan años de desarrollo alcanzado.
Por último, me gusta una frase que leí por ahí que dice que el envidioso, no es que envidia lo que tienes, sino la luz que desprendes y creo que, más bien, esa luz es la actitud y el positivismo con que se toma las desventajas que se presentan en el camino de la vida.
Es la seguridad en lo que se tiene y en lo que se valora.
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